sábado, 2 de mayo de 2009

Sombra




















Sombra



I

Camino tan sólo acompañado del sonido de mis pasos. La jornada ha sido larga y cansada. A mi sombra no la reconozco y no puedo controlarla, además, ya pesa mucho. Decido dejarla mientras duerme. Así, discretamente, yo continúo el camino.

Las horas van arrastrándose entre mis pies, polvosas, secas, asoleadas, como eternas. Camino. Momentos antes del anochecer, entro a un pueblo. En él no hay más que sombras, a mi parecer, abandonadas por sus dueños; quizá la mía vagará también pronto por estas calles.



II

Hay que descansar. Pasar la noche dentro de algunas de las casas, no parece buena idea. Algunas no son casas sino ruinas: la madera está podrida y el adobe, casi cascajo. El calor, además, es insoportable, no cede ante el airecillo nocturno. Es mejor quedarse en alguna de las calles, dormir y esperar a que la madrugada quizá logre entibiar el clima.



III

Despierto y tengo hambre. Ya no tengo comida. Pero, aparte de las sombras, no hay nada más.

El sol no tarda en levantar. Es mejor salir y continuar el camino inmediatamente. Sin embargo no es tan fácil: un sin número de sombras me rodea, me ruegan que las lleve, que adopte alguna de ellas. Me niego. Aún la casi liviana existencia de una sombra pesa por estas tierras.

Salgo al fin. No dejo de sentir cierta nostalgia por mi sombra.



IV

Al caminar algunas horas, me percato de la presencia de algo, de algo que arrastro. Volteo y me doy cuenta que piso una simpática sombrita. Desde luego que la despido de inmediato; ya bastante tengo con llevarme.



V

El camino se extiende a mis pies. Quizás son las tres de la tarde y el sol castiga. No muy lejos, veo un árbol viejo. Voy hacia él para descansar un poco. Debajo de su sombra duermo durante un rato.



VII

Despierto y comienza a atardecer. La tierra seca y el polvo agrietan los pensamientos. Me despierto extrañado. Me sé liviano. Siento como si yo me alargara o me extendiera. Es entonces que me doy cuenta, con angustia, que soy yo la sombra del árbol.

martes, 3 de marzo de 2009

Desvelo















Desvelo
Alejandro Martínez Lira

Son las 3:16 de la mañana. La luna comienza a menguar. La sombra de lo que soy se descompone, serpea, muere discretamente entre las cosas indistinguibles de la oscuridad. La ciudad tiene sus islas de silencio. Son raras, es verdad, pero aquí estoy en una, con la palabra agrietada, con el cuerpo silencioso, exilado.
Cómo pesan los rayos de la luna. Pesan mucho y entran hasta los pensamientos. La cabeza se dobla de pesadez, cabizbajo, sólo así se puede caminar. Es cansado. Estoy cansado. Sólo tengo jirones de ala en un hombro. Lo de más es sombra bubosa, tristeza que se enjoroba en la espalda; soledad que se rasga en la piel.
El aire es un frío descuido entre mi rostro mientras busco ya no sé qué cosa. Giro entre mis pasos. Los recorro. Recuerdo un nombre, pero creo que no es el mío. Mis pasos siempre vacíos y mi nombre por siempre ausente.