lunes, 25 de septiembre de 2017

A tres años de impunidad: ¿Dónde están?


El 26 de septiembre se ha convertido en una de las fechas más significativas para el México de estos tres últimos años. En el 2014, en Iguala, Guerrero, fueron desaparecidos 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, y asesinados Julio César Mondragón Fontes, Daniel Solís Gallardo, y Julio César Ramírez Nava, los tres estudiantes normalistas, así como David García Evangelista, jugador de equipo de fútbol Los Avispones, Víctor Manuel Lugo, chofer del autobús del equipo, y Blanca Montiel Sánchez, quien fue alcanzada por las balas mientras viajaba en taxi. A tres años de esa noche, las madres, los padres y familiares de los desaparecidos, pese al dolor, o por éste, continúan demandando la aparición de los normalistas. 

La Organización de las Naciones Unidas ha considerado, a partir de 1992, que una desaparición forzada se produce cuando:

se arreste, detenga o traslade contra su voluntad a las personas, o que estas resulten privadas de su libertad de alguna otra forma por agentes gubernamentales de cualquier sector o nivel, por grupos organizados o por particulares que actúan en nombre del Gobierno o con su apoyo directo o indirecto, su autorización o su asentimiento, y que luego se niegan a revelar la suerte o el paradero de esas personas o a reconocer que están privadas de la libertad, sustrayéndolas así a la protección de la ley

El número de desapariciones en México ha sido brutal a partir del sexenio de Felipe Calderón y continúa en aumento durante el actual. El número es impreciso porque existen diversas metodologías entre organismos gubernamentales e instancias independientes, pese a eso, el número es alarmante. El Registro Nacional de Datos Personas Extraviadas o Desaparecidas informa que hay, entre el 2006 y el 2016 poco más de 29 000 personas desaparecidas.

Ante las desapariciones y el aterrador número de asesinatos, a un año de finalizar el sexenio de Calderón , en el 2011, surgió el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. El movimiento mostró a la sociedad y al poder que miles de asesinados y desaparecidos tienen nombres, y cada nombre, una historia y también familiares con dolor y rabia; demostró que los desaparecidos no son los criminales, sino las víctimas, pues no olvidemos que ante asesinatos y desapariciones, las instancias gubernamentales justifican estos crímenes, aludiendo que los afectados tenían vínculos con alguna organización criminal.

Ya durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, con la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en el 2014, el Estado mexicano descaradamente demostró su participación en esta clase de crímenes, así como su asociación con la delincuencia organizada para ejecutarlos. La participación de José Luis Abarca, presidente municipal de Iguala, y su esposa María de los Ángeles Pineda, en la desaparición, no sólo de los 43 normalistas, sino también en la desaparición y asesinato de integrantes de la Unidad Popular de Iguala, nos muestra los instrumentos de represión brutal y de contrainsurgencia que se realiza, no sólo en Guerrero, sino en otras partes del país, como Michaocán – por ejemplo en Santa María Ostula – en que los narcotraficantes actúan como grupos paramilitares contra movimientos sociales y disidentes. Bastante sabido es el vínculo de José Luis Abarca y María de los Ángeles Pineda con la banda delictiva Guerreros Unidos y muy sabido que ésta fue instrumento de los asesinatos de los integrantes de la Unidad Popular de Iguala y de la desaparición de los 43 normalistas. 



Con el caso de los 43 normalistas, quedó claro que no sólo las instancias municipales y del crimen organizado ejecutan estos crímenes, también participan las instancias federales. La presencia del Ejército Mexicano es una constante en los testimonios de la noche del 26 de septiembre y que éste, pese a su presencia, no actúo para evitar los asesinatos ni las desapariciones. Si recordamos algunos manuales de contrainsurgencia, el ejército o las policías sólo sirven de contención ante una represión paramilitar, para evitar, primero, el apoyo a los agredidos, y, segundo, proteger a las bandas paramilitares que actúan en el operativo. Por otro lado, también comienza a aparecer información en la que la Policía Federal y el Ejército Mexicano son señalados como los ejecutores de las desapariciones, tarea que está documentada, ya realizaban impunemente en los años 70 del siglo XX durante la llamada “Guerra Sucia”.

La complicidad federal no quedó ahí. Como un acto para mantener la impunidad de otros responsables, el entonces Procurador de la República José Murillo Karam presentó la llamada “Verdad Histórica”, ya conocida por sus contradicciones, inconsistencias y errores, y desmentida científicamente por diversos peritos y estudiosos. Si las desapariciones son crímenes que persisten, se debe, en parte, a la impunidad, y en el caso de los 43, observamos como la misma Procuraduría General de la República es uno de los instrumentos para que ésta prevalezca.

La ONU insta a los Estados que la integran a que combatan estos crímenes. Sin embargo, en México, sabemos que crímenes, como las desapariciones, son política de Estado (desde hace ya muchos años, prácticamente desde el nacimiento del actual Estado mexicano en el siglo pasado) y que son utilizados para diversos fines políticos y sociales, de ahí que sus instancias gubernamentales, no harán gran cosa. Se culpa de estos crímenes a la delincuencia organizada, sin embargo, también ya está más que documentada la complicidad de diversas instancias gubernamentales con la nueva burguesía de la industria del narcotráfico, incluso, comparten intereses económicos. De ahí que los sicarios del crimen organizado son también instrumentos de contrainsurgencia y de represión contra disidentes y movimientos sociales.

La búsqueda de miles de desaparecidas y de desaparecidos es una lucha contra la impunidad y, como vemos, una lucha contra el poder, en que los familiares, en no pocas ocasiones, son tratados con desprecio, ignorados, amenazados, incluso, asesinados. La verdad y la justicia es peligrosa cuando atenta al poder económico y político. La lucha de las madres y de los padres de los 43 normalistas es una lucha que nos muestra que, frente al poderío estatal, la dignidad no se doblega. En sus palabras, en sus lágrimas en sus rostros nos vemos muchas y muchos , porque el dolor por los 43 es un dolor que habita en miles de familias de México, porque luchar por la verdad, pese a las vicisitudes, nos ayuda a liberarnos. Mientras, continuemos preguntándonos: ¿Dónde están nuestras desaparecidas? ¿Dónde están nuestros desaparecidos? ¿Dónde están nuestros 43 normalistas?



Alejandro Martínez Lira



jueves, 14 de septiembre de 2017

Septiembre sin Sali: la sombra del feminicidio



 
La noche del domingo 14 de septiembre de 2008 fue la última vez que se le vio con vida, en San José del Pacífico, Oaxaca. El 15 fue asesinada y su cuerpo descubierto hasta el miércoles 24. No tenía más de unas pocas semanas que me había compartido sus impresiones sobre su visita a territorio zapatista con la Caravana Europea. Ahí, junto con una amiga que se encontraba en la Garrucha, cargaban botes de arena, trabajaba con la mezcla para construir una edificación comunitaria. Semanas después, el viernes 26 de septiembre, me enteré de su asesinato. Ya no vería nuevamente a Marcella Grace Eiler, Sali.

A Sali la conocí en el 2007 en una brigada de solidaridad con la comunidad de San Isidro Alopam, la cual fue atacada, poco tiempo antes, por guardias blancas, en la sierra oaxaqueña. De ahí nuestra presencia. En la comunidad se realizó un Encuentro por la defensa del bosque, causa por la que Sali sentía mucha simpatía y por la que ya se había solidarizado en los Estados Unidos, de donde era originaria. La recuerdo sonriendo siempre y jugando con las niñas zapotecas de la comunidad.



Hubo quienes quisieron sacar provecho político de su asesinato. Sin embargo, cuando se averiguó que la causa fue, lo que hoy llamamos feminicidio, organizaciones y colectivos, salvo honrosas excepciones, abandonaron el caso, pues en aquel 2008 este crimen no era tan redituable aún políticamente. Como sabemos, en México, el aterrador número de asesinatos de mujeres ha aumentado dramáticamente y la presión social obligó a tipificar jurídicamente en el Código Penal Federal el crimen de feminicidio en el 2012. De este modo, quedó establecido en el artículo 325 que:

 
Comete el delito de feminicidio quien prive de la vida a una mujer por razones de género. Se considera que existen razones de género cuando concurra alguna de las siguientes circunstancias:
I. La víctima presente signos de violencia sexual de cualquier tipo;
II. A la víctima se le hayan infligido lesiones o mutilaciones infamantes o degradantes, previas o posteriores a la privación de la vida o actos de necrofilia;
III. Existan antecedentes o datos de cualquier tipo de violencia en el ámbito familiar, laboral o escolar, del sujeto activo en contra de la víctima;
IV. Haya existido entre el activo y la víctima una relación sentimental, afectiva o de confianza;
V. Existan datos que establezcan que hubo amenazas relacionadas con el hecho delictuoso, acoso
o lesiones del sujeto activo en contra de la víctima;
VI. La víctima haya sido incomunicada, cualquiera que sea el tiempo previo a la privación de la vida;
VII. El cuerpo de la víctima sea expuesto o exhibido en un lugar público.


El trabajo periodístico de John Gibler sobre el asesinato de Sali ( https://zcomm.org/znetarticle/the-murder-of-sali-grace-by-john-gibler/ ) nos describe que ella recibió cuatro heridas producidas por un machete: debajo de su antebrazo derecho, en su costado, debajo del pecho izquierdo, la cual provocó su muerte, y una en su espalda; como lo observa Gibler, estas heridas prueban la violencia abrumadora con que fue atacada. Además el periodista nos recuerda que la autopsia menciona también golpes en su garganta, la ausencia de los ojos y del cabello y que su cara estaba negra, probablemente quemada, sin embargo, no se da explicación alguna de estas terribles laceraciones. Es claro que hablamos de un feminicidio y, cuando hablamos de feminicidios, también surgen las voces que lo justifican: el machismo, quizás algo más profundo, el patriarcado. Recuerdo que no pocos defendieron y justificaron a Omar Yoguez Singu, el “Franklin”, el asesino, que, por cierto, se autodefinía como integrante de la “cultura hippie”; se culpaba a Sali por viajar sola, que por aceptar ir con Yoguez y luego decirle que no; se justificaba que soló se “defendía a la gringuita” y no se entendía la vida difícil que tuvo el “Franklin”. Qué difícil ser mujer, incluso, después de la muerte.

Si su asesino fue detenido, no fue gracias a las autoridades, sino por activistas que lo detuvieron en la Ciudad de México, para entregarlo posteriormente a las autoridades oaxaqueñas. La vida de una mujer parece no valer, tampoco su muerte. Sabemos que, por consigna, por falta de interés, por desidia, por complicidad o machismo (o una combinación de todo) gran parte de los feminicidios no se resuelven y la impunidad prevalece. Las autoridades gustan calificar, por ejemplo, a estos crímenes como “suicidio”.

El 16 de octubre de 2016 fue asesinada Joseline Peralta Aguirre. Su cuerpo fue abandonado en el arroyo vehicular de una calle de Iztapalapa, en la Ciudad de México. Avisados su madre y su padre, Clarita Aguirre y Juan Peralta, acudieron de inmediato al lugar donde el cuerpo de Joseline era custodiado por una patrulla. Los patrulleros informaron que se había suicidado con una bufanda. Ya había una conclusión sin investigaciones previas y sin preguntarse cómo se pudo suicidar en la calle. Clarita y Juan, no las instancias de justicia, averiguaron que su hija se encontraba en casa de su novio, David González Reyes, muy cerca de donde fue encontrado el cuerpo. Éste informó que Joseline se había suicidado en el baño, y que, acompañado de su hermana y su padrastro, quisieron llevarla a un hospital, cuando no consiguieron transporte, decidieron dejarla tirada en la calle sin notificar a ningún servicio de emergencia o autoridad alguna. El Ministerio Público interrogó a David González, a su hermana y padrastro, a pesar de dejar un cuerpo humano en la calle, fueron puestos en libertad de inmediato. Mientras tanto, los resultados de la necropsia concluyeron que se había suicidado. Sin embargo, al recibir el cuerpo los familiares y los vecinos, descubrieron que tenía moretones en la frente, el el hombro, en las costillas, en los antebrazos, en el empeine de uno de sus pies, además, los puños cerrados con cabellos, algunas uñas desprendidas; nada de esto fue registrado en el acta firmada por Guadalupe Becerril Huerta. Fue “suicidio”.



El 3 de mayo de este 2017 hubo un caso similar, y bastante difundido. En Ciudad Universitaria se encontró el cuerpo de Lesvy Berlin Rivera Osorio. ¿Las conclusiones? ¿Adivinan? Efectivamente: “suicidio”. Después de criminalizar Lesvy, inventarle una vida, las autoridades determinaron que se suicidó con el cable de un teléfono público. Al igual que Joseline, Lesvy presentó en su cuerpo golpes y heridas que no corresponden a un suicidio, además el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio demostró, a través de un peritaje propio, que la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México mentía, ya que prácticamente es imposible, con la estatura de Lesvy y los 80 centímetros del cable, ejecutar un suicidio.



Los casos de Joseline y de Lesvy no son aislados. Recordemos el caso de Mariana Lima Buendía, en Chimalhuacán, Estado de México. Ella fue asesinada en junio del 2010 por su esposo, un policía judicial. Sí, también su muerte fue declarada inicialmente como “suicidio”. Las autoridades, prácticamente sin investigación alguna, aceptaron como definitiva la declaración de su esposo Julio César Hernández Ballinas, quien dijo que Mariana se había “suicidado”. Sin embargo, la madre de Mariana, Irinea Buendía, nunca creyó esta versión, pues existía antecedentes de violencia doméstica por parte del judicial: ya había sido arrojada por las escaleras, se le había aventado el carro, incluso, el asesino previamente había amenazado a doña Irenea de asesinar a su hija y arrojarla a la cisterna. Al igual que los casos anteriores, al revisar el cuerpo los familiares, encontraron golpes que jamás fueron registrados en el acta y que claramente causaba la duda de un suicidio. Las autoridades, unos años después, en el 2015, no por gusto, sino gracias a la presión y lucha de los familiares y de doña Irenea, en coordinación con organismos de derechos humanos y de defensa de la mujer, investigaron y comprobaron la culpabilidad del asesino.



El número de feminicidios en México es brutal, alarmante. Las cifras conservadoras del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI) informan que a partir del 2013 se asesinan, en promedio, siete mujeres diariamente. La gran mayoría de la veces los crímenes quedan en completa impunidad. Cada vez es común en este país encontrar a alguien que ha perdido una amiga, una vecina, una compañera de trabajo, de estudios, de militancia, una hija, una familiar. Los crímenes no parecen disminuir sino que aumentan solapados por las instituciones judiciales que, como se mencionó, ya sea por consigna, por falta de interés, por desidia, por complicidad o machismo, mantienen la impunidad del crimen ; solapados también por las instituciones sociales, como la familia tradicional, que educan, incluso, a las mismas mujeres, para aceptar la violencia cotidianamente, como esencia fundamental de su existencia; ya no digamos de las instituciones religiosas que llenan de culpa a las mujeres si éstas deciden por sí mismas diversos aspectos de su vida como la maternidad o la sexualidad, además, no pocas veces, hasta justifican y fomentan crímenes como el feminicidio.

Sali tendría que conversar todavía con su madre Bárbara Healy, con su padre John Eiler, que sonreír, bailar y cantar, que militar en las diversas causas justas de Oaxaca, México, Estados Unidos o donde ella deseara luchar. Ni Sali, ni Joseline, ni Lesvy, ni Mariana tuvieron que morir de maneras tan terribles por ser mujeres, sí, por ser mujeres. Ni una más, ni una menos, dice acertadamente la consigna en las calles, en los muros; que la lucha de tantas mujeres ante estas realidades de violencia, ante tantos asesinatos, es porque la vida no es un privilegio, sino un derecho, y hay que combatir todo un sistema judicial, un sistema social, económico, político, toda una cultura que enaltece el privilegio masculino de dominar, agredir, explotar, violentar y, hasta asesinar una mujer.
Ni una más, ni una menos, mientras pienso en Sali, mientras escribo hoy sobre ella.


Alejandro Martínez Lira







domingo, 10 de septiembre de 2017

He mirado tu calma y la llovizna



He mirado tu calma y la llovizna
mientras la mañana es un frío
que se adormece en tu cabello
y la luz,
un pálido remolino
de septiembre sobre tus labios.
He mirado los contornos oscuros
de tu silencio,
la voz
nunca dicha derrumbándose en el vacío,
la soledad perfecta
en el absoluto idioma de tu cuerpo.
Naufragan los mares
mudos
de la conversación nunca dicha
en las costas de tu boca,
en su quietud que sonríe
sobre el irónico rostro de la lluvia y
de la nada.


Alejandro Martínez Lira





 

domingo, 3 de septiembre de 2017

Tal vez

Tal vez no escuches esta lluvia de media noche
ni las sombras que caen con húmedo desvelo
sobre el indio color de la piel de mis nostalgias antiguas.
                                                               Tal vez
el silencio es una selva, un capullo
de aquel espejo sin rostro
que amasa las hierbas de sueños dormidos.
Quizá duermes, pero ¿sabes? estoy aquí
sobre interminables escaleras hacia las ruinas del agua
con ese recuerdo
de un poniente que escucho como si fueran tus labios.
                                             Pero ¿sabes?
                                             Tal vez, tal vez sólo
                                              es la noche.

Alejandro Martínez Lira
 

miércoles, 30 de agosto de 2017


 El peine de la madrugada
se desliza suavemente
sobre el cabello solitario de la calle



Alejandro Martínez Lira
(Publicado en  En la garganta del insomnio, México, Versodestierro, 2007 (Col. La Cenizas del quemado, 8)

martes, 29 de agosto de 2017

Humanismo


Sé que el humanismo no es erudición, sequedad, apatía y arrogancia. Sé que el humanismo no desarrolla una mentalidad, por decirlo de algún modo, sádica y masoquista. Entiendo que al humanista no le gusta humillar a otro ni mucho menos ser humillado ni gritoneado. Entiendo que el humanista actúa según su conciencia, su razón y corazón. No es un espectador. Dante participó activamente en la política florentina. Como güelfo blanco, y opositor al Pontífice Romano, fue condenado al exilio por los güelfos negros. Tanto Dante, como Petrarca y Boccaccio no tenían un espíritu conservador. Los tres cuestionaron las ya tediosas enseñanzas de la escolástica medieval. Mostraron que el ser humano no es un receptáculo de pecados sino un universo por explorar, un ser digno. Con la Comedia de Dante, la humanidad es capaz de alcanzar la divinidad gracias al conocimiento, con la guía de los clásicos, representado Virgilio, con la guía del amor, representada por Beatriz. Beatriz no es la teología: La Comedia es un poema de amor. 
 

El humanismo no es apatía ni neutralidad. Tampoco es academicismo. No pocos académicos, a nombre del “conocimiento” y de los buenos funcionamientos de las instituciones que los sustentan, niegan el humanismo. No con cierta sonrisa, recuerdo la actitud de las academias españolas durante la invasión napoleónica a principios del siglo XIX. Pocos académicos fueron los que se mantuvieron congruentes, ya que mayoritariamente, de un día a otro, según el bando que fuera ganando, pasaban de alabar a José Napoleón, a alabar a Fernando VII (efecto, dicho sea de paso, similar al de algunos con las becas, por ejemplo, de CONACULTA). ¿Qué quedó de aquéllo que escribió Terencio en su Atormentador de sí mismo? ¿De Aquello de “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”? ¿“Humano soy y nada de lo humano me es ajeno”? ¿Puede mantenerse ajeno un humanista ante los miles y miles de muertos, los miles y miles de desaparecidos que vemos hoy en los rostros de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, por ejemplo? ¿Ajeno ante el trágico número de feminicidios en este país? ¿Ajenos ante tanto dolor e indignación? ¿Humanistas indignados porque las Universidades cierran como acto de protesta y solidaridad con otros seres humanos? ¿Indignados, no contra las injusticias, sino porque se pinta en los muros de edificios que representan el poder, el autoritarismo y la corrupción? ¿Por vidrios rotos de bancos? ¿Por salir a la calle y gritar: justicia? 
 

El humanismo, cuando sale de las aulas, cuando de los libros se va hacia las calles, hacia las sierras, hacia la humanidad, vaya que es incómodo; el poder, hasta del apelativo de humanista despoja y da el apelativo de “vándalos”, y quizás no están tan equivocados, pues fueron los vándalos quienes se rebelaron contra el poder romano, quienes vencieron un imperio que los humillaba, que los despojaba, que los asesinaba. Sé que por algún lado aún existe el humanismo. Sé también que el humanismo se destierra a diario, incluso, de las universidades, para ser suplantado por “humanistas” complacientes, generados por los modelos de la televisión, es decir, “humanistas” de esta economía de mercado.

Alejandro Martínez Lira



lunes, 28 de agosto de 2017

Me cerco con estas letras que te escribo



Me cerco con estas letras que te escribo
para librarme de tu distancia;
para cercarme de tu calor y de todo
lo que la piel es
frente a la lujuria:
                luz
que se desborda desde tu pelo
hasta el nervio más callado que se desata
de mi boca
al silencio agitado de tu vientre;
el encuentro con tu cintura;
el despliegue de mi piel
caliente hasta tus caderas;
creer en la fe de tus piernas entre las mías
y respirar el aroma de tu piel
como el acto más vital de los instantes,
como un mundo que se agita o reposa
en cada fruto del árbol tibio de mi olfato.
Morder los segundos
en tu cuello y en tus hombros;
entregar la sed de mis labios a tus dientes;
entregarme
al vaivén de los ángulos desnudos de tu cuerpo.
Gemir la noche,
               la madrugada,
                            y las horas,
abismarme en tu mirada de tierra que me sepulta,
dejarme conducir sin preguntas ni razones
por tu humedad
tan sabia,
           total
                  y perfecta,
que es brisa,
             que es río,
                         Jordán que arde
y me salva de la culpa tan grave de jamás vivirte.


Alejandro Martínez Lira