martes, 29 de agosto de 2017

Humanismo


Sé que el humanismo no es erudición, sequedad, apatía y arrogancia. Sé que el humanismo no desarrolla una mentalidad, por decirlo de algún modo, sádica y masoquista. Entiendo que al humanista no le gusta humillar a otro ni mucho menos ser humillado ni gritoneado. Entiendo que el humanista actúa según su conciencia, su razón y corazón. No es un espectador. Dante participó activamente en la política florentina. Como güelfo blanco, y opositor al Pontífice Romano, fue condenado al exilio por los güelfos negros. Tanto Dante, como Petrarca y Boccaccio no tenían un espíritu conservador. Los tres cuestionaron las ya tediosas enseñanzas de la escolástica medieval. Mostraron que el ser humano no es un receptáculo de pecados sino un universo por explorar, un ser digno. Con la Comedia de Dante, la humanidad es capaz de alcanzar la divinidad gracias al conocimiento, con la guía de los clásicos, representado Virgilio, con la guía del amor, representada por Beatriz. Beatriz no es la teología: La Comedia es un poema de amor. 
 

El humanismo no es apatía ni neutralidad. Tampoco es academicismo. No pocos académicos, a nombre del “conocimiento” y de los buenos funcionamientos de las instituciones que los sustentan, niegan el humanismo. No con cierta sonrisa, recuerdo la actitud de las academias españolas durante la invasión napoleónica a principios del siglo XIX. Pocos académicos fueron los que se mantuvieron congruentes, ya que mayoritariamente, de un día a otro, según el bando que fuera ganando, pasaban de alabar a José Napoleón, a alabar a Fernando VII (efecto, dicho sea de paso, similar al de algunos con las becas, por ejemplo, de CONACULTA). ¿Qué quedó de aquéllo que escribió Terencio en su Atormentador de sí mismo? ¿De Aquello de “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”? ¿“Humano soy y nada de lo humano me es ajeno”? ¿Puede mantenerse ajeno un humanista ante los miles y miles de muertos, los miles y miles de desaparecidos que vemos hoy en los rostros de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, por ejemplo? ¿Ajeno ante el trágico número de feminicidios en este país? ¿Ajenos ante tanto dolor e indignación? ¿Humanistas indignados porque las Universidades cierran como acto de protesta y solidaridad con otros seres humanos? ¿Indignados, no contra las injusticias, sino porque se pinta en los muros de edificios que representan el poder, el autoritarismo y la corrupción? ¿Por vidrios rotos de bancos? ¿Por salir a la calle y gritar: justicia? 
 

El humanismo, cuando sale de las aulas, cuando de los libros se va hacia las calles, hacia las sierras, hacia la humanidad, vaya que es incómodo; el poder, hasta del apelativo de humanista despoja y da el apelativo de “vándalos”, y quizás no están tan equivocados, pues fueron los vándalos quienes se rebelaron contra el poder romano, quienes vencieron un imperio que los humillaba, que los despojaba, que los asesinaba. Sé que por algún lado aún existe el humanismo. Sé también que el humanismo se destierra a diario, incluso, de las universidades, para ser suplantado por “humanistas” complacientes, generados por los modelos de la televisión, es decir, “humanistas” de esta economía de mercado.

Alejandro Martínez Lira



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